SANTANDER, UNA CIUDAD PARA SOÑAR
NOTABLE EN CALIDAD DE VIDA
La ciudad perfecta está por inventarse. Partiendo de esta premisa incuestionable, los santanderinos han sopesado los pros y los contras de la suya, valorado sus grandes fortalezas y analizado sus puntos débiles, para determinar, sin ningún género de dudas, que está más que justificado que la capital cántabra figure ya en el top ten de las grandes urbes del país. Señalada como una de las opciones predilectas de los españoles para vivir -sexta posición del ranking nacional, como constató la primera parte del macroestudio Merco Ciudad 2010 (publicado por El Diario Montañés el pasado 14 de noviembre)-, quienes residen en ella muestran un elevado grado de satisfacción con su calidad de vida y no titubean ni escatiman a la hora de asignarle una calificación personal: notable alto.
Con una puntuación de 7,87, Santander supera la media de las 81 poblaciones de más de 100.000 habitantes y capitales de provincias analizadas (7,41) y se posiciona en el octavo puesto del listado de ciudades elegidas por los propios residentes. En este ranking definido en función de cuán satisfechos están los ciudadanos con su hábitat, la capital cántabra sólo es superada por San Sebastián, que, con 8,12, alcanza la nota máxima; Oviedo, Córdoba, Albacete, Salamanca, Vitoria y Gijón. Si se tira de la comparativa autonómica, Cantabria sería la tercera por detrás de Asturias (8,01) y País Vasco (7,98), aunque en este caso la extrapolación es menos certera ya que en la comunidad cántabra sólo se chequeó a Santander.
Ahora bien, ¿cuáles son las cualidades que han aupado a esta ciudad a posicionarse a la altura de las más grandes? y, sobre todo, ¿qué parámetros tiene en cuenta el santanderino convencido de que su actual calidad de vida es casi inmejorable?
Las conclusiones de la investigación, dirigida por el catedrático de la Universidad Complutense Justo Villafañe, describen una ciudad tranquila, atractiva, segura, de gran belleza natural y con un servicio sanitario muy bien considerado. Para ahondar en este escenario general dibujado por Merco Ciudad y buscar un enfoque más cercano y personalizado que, a la vez, plasme la evolución en el orden de prioridades que impone el paso de los años, este periódico ofrece la visión particular de cinco perfiles representativos de segmentos poblacionales diferenciados por edad. La ciudad vista a través de la mirada de una niña, de una joven estudiante, de una madre trabajadora, de un prejubilado, a quien le toca, como a muchos de su generación, ejercer de abuelo-canguro, y de un anciano.
Los cinco coinciden en que las virtudes de Santander son su riqueza paisajística, su tamaño y su tranquilidad, en consonancia con las conclusiones extraídas por Merco Ciudad. Los 'puntos fuertes', en relación al conjunto de ciudades sometidas a este examen anual, son muy similares a los de 2009 -seguridad ciudadana y atractivo-, aunque en esta ocasión irrumpe de forma relevante la apreciación de la sanidad. Hace un año, otro de los servicios capitales, la educación, ocupó un puesto destacado, sobre todo la ratio profesor-alumno en la enseñanza no universitaria, y se añadía también como fortaleza la oferta comercial.
Del lado de los 'puntos débiles', llama la atención el correspondiente a 'mentalidad abierta'. Caben diversas interpretaciones sobre su significado, aunque lo que viene a decir es que el carácter tipo del santanderino peca de reservado e introvertido, a la vista de los encuestados.
El atractivo de la capital cántabra es la cualidad más tenida en cuenta tanto por sus propios vecinos como por el resto de españoles. Cuando se cuestiona a los santanderinos por 'lo mejor' de su ciudad, la respuesta tiene un componente cien por cien natural: sobresalen el mar y las playas. La belleza natural y la tranquilidad que se respira en sus calles son las dos características más valoradas este año, y ambas guardan directa relación con los parámetros apreciados en la edición anterior del estudio: la alta seguridad ciudadana y el tamaño.
Poder levantarse apenas 45 minutos antes de que suene el timbre del colegio con margen suficiente para asearse, salir por la puerta recién desayunado y llegar a clase a pie y a tiempo es una ventaja, impensable en las grandes ciudades, de la que disfruta Marta Vellido. A sus 8 años tiene claro que es una suerte vivir en una ciudad con playas y con parques infantiles como el de Las Llamas, aunque reconoce que «lo malo que tenemos aquí es que llueve mucho, así que los niños no podemos disfrutar de eso todo lo que nos gustaría».
La lluvia es también la causante de que Lope Rodríguez tenga que suspender con frecuencia sus paseos matutinos en compañía de su hermano por esta ciudad que tan poco se parece a la que vieron por primera vez sus ojos, a los 10 años, pues desde entonces han pasado ya casi 75. Vallisoletano de nacimiento, cuenta que circunstancias varias forzaron a sus padres a abandonar Valladolid poco antes del estallido de la Guerra Civil. «Éramos ocho hermanos y cuando supimos que las alternativas eran Pamplona o Santander no lo dudamos y dijimos 'pues a Santander, que tiene playa'». Y aquí echó raíces.
Considera que El Sardinero es la joya de la corona de la ciudad. «Es un entorno realmente espectacular. A mí me ha llegado a decir gente con la que he coincidido en algún viaje qué cómo es que vamos de vacaciones a otros sitios teniendo lo que tenemos en Santander», comenta. Sin embargo, reconoce que no todo es color de rosa: «en lo que respecta a las comunicaciones aún falta mucho por hacer» y «la ciudad tiene un gran problema con el tema de los aparcamientos». Precisamente, dos de las cuestiones que Merco Ciudad clasifica como los aspectos negativos, a juicio de los consultados, junto al tráfico y los atascos.
En este sentido gira la principal crítica formulada por Jesús Manuel Camus. A punto de cumplir los 58 años, asegura que «Santander es una ciudad preciosa que la están martirizando con las obras» -una apreciación que con el lenguaje propio de su edad expresa también la benjamina del grupo, Marta-.
Jesús explica que «se han lanzado a reducir aparcamientos y a nadie se le ha ocurrido la posibilidad de hacer uno a las afueras con lanzaderas al centro. Lo que están consiguiendo con esto es que la circulación, sobre todo en invierno, sea caótica, y esto repercute negativamente en el comercio». Argumenta que el transporte público es una alternativa válida, pues él lo utiliza con frecuencia, pero recuerda que «a quienes residen en el extrarradio a veces no les queda más remedio que coger el coche».
Esta circunstancia vive con frecuencia la familia de Sandra Barranquero. Esta estudiante de 19 años reside en una de las áreas periféricas de Santander y aún no dispone de carné de conducir, por lo que para sus desplazamientos depende de sus padres y, principalmente, del autobús. De hecho, considera que «hay líneas que se deberían mejorar, como por ejemplo la que enlaza el centro con Nueva Montaña». No obstante, admite que «resulta muy cómodo y fácil moverse por la ciudad». En su opinión, es el hecho de tratarse de una urbe pequeña en un entorno privilegiado lo que la dota de ese encanto especial. Además, resalta que esta peculiaridad es también la que hace posible que la zona de fiesta esté bastante concentrada, con variedad de locales destinados a públicos de edades diferentes. «La única pega es que cierran pronto», añade.
Sandra y Jesús coinciden en que Santander es una ciudad «fantástica para vivir». «El verano santanderino es todo un lujo», apostilla él. Destaca especialmente la zona de El Sardinero, que «a veces no se valora lo suficiente por el hecho de tenerlo tan cerca». Y concluye su valoración con una de cal y otra de arena: el desorbitado precio de la vivienda, por un lado, y la magnífica posibilidad de poder disfrutar a partes iguales del mar y la montaña.
El problema del paro
Otro de los puntos débiles que el estudio sobre reputación urbana atribuye a Santander tiene que ver con el empleo, o más bien con la dificultad para encontrarlo, pues el paro figura como el principal problema señalado por los participantes en el macrosondeo. «En lo profesional, al margen del sector servicios y el turismo, quien tenga por delante un futuro prometedor aquí no tiene mucho que hacer». La afirmación es de Patricia López, una santanderina de 35 años, madre de dos niños, que habla por experiencia propia. Hace tres años que su marido, ingeniero superior de minas, «tuvo que trasladarse a otra comunidad para poder trabajar en lo suyo. Aquí las posibilidades de alcanzar un buen puesto son remotas».
Pero aún así, la idea del matrimonio es que él pueda establecerse definitivamente en Santander. Por esta razón y «porque la calidad de vida que tenemos en esta ciudad no la veo posible en otros sitios», durante este tiempo, en el que la convivencia se ha limitado a fines de semana y vacaciones, no se ha planteado hacer las maletas y marcharse. «Pueden más las ventajas de vivir en Santander», reconoce Patricia. Volcada de lleno en el cuidado de sus hijos, destaca la comodidad de «tener todo a mano (colegio, centro de salud, farmacia, tiendas, parques, playas.), sin necesidad de disponer de coche y sin perder tiempo en desplazamientos».
Al final, la calidad de vida se mide en función de detalles cotidianos tan sencillos como poder ir a comer a casa o, incluso, en verano disfrutar a mediodía de un rato de relajación en la playa. «Son ventajas de las ciudades pequeñas que aprecian sobremanera quienes residen en grandes urbes y no tienen ese tiempo para desconectar antes de continuar con la jornada laboral».
A Patricia la sobran razones para dar su particular 'notable' a Santander y su conclusión no puede ser más rotunda: «prefiero mis 50 metros cuadrados en General Dávila que un chalé en las afueras o en algún pueblo de otro municipio, por muy próximo que esté. No cambio donde vivo ni por todo el oro del mundo».
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